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La vida no es un accidente. Cada vida tiene un propósito y un significado. Eso significa que Dios proporciona un propósito en la vida que es el comienzo para tratar cualquier problema que podamos estar enfrentando.
Los cristianos creemos que Dios creó la Tierra y todo lo que vive en ella. Dios conoce a cada persona individualmente, desde el bebé que trágicamente vive sólo unos minutos hasta la bisabuela que celebra su centenario. Dios creó a todas las personas y las ama. Hizo a las personas para que le adoraran y para que disfrutaran de una relación con él para siempre. Dios quiere que le amemos, y que nos amemos los unos a los otros. En los libros bíblicos de Marcos y Lucas, le preguntaron a Jesucristo qué era lo más importante que debía hacer una persona. Él respondió: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas… (y) amarás a tu prójimo como a ti mismo».
Jesucristo contó una historia durante sus tres años de enseñanza, que ilustra cómo piensa Dios de las personas. La historia, conocida como el Hijo Pródigo, cuenta cómo un padre recoge con entusiasmo y alegría a un hijo rebelde que ha malgastado su herencia y ahora está en la indigencia.
La Biblia dice que Dios hizo a las personas «a su imagen y semejanza». No se trata de ninguna semejanza física, sino de otras cualidades como tener conciencia y saber distinguir entre el bien y el mal, tener capacidad de amar, desear la justicia y poseer una creatividad extraordinaria. Otra capacidad que nos distingue del resto del universo creado es que podemos relacionarnos con Dios.
¿Cómo debemos vivir?
En el libro bíblico de Juan, Jesucristo dijo: «He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia». Los cristianos creen que elegir seguir a Jesucristo hace que la vida sea inconmensurablemente mejor. Al hacerlo, desarrollan una perspectiva diferente, dándose cuenta de que su tiempo en la Tierra es una pequeña parte de su existencia eterna. Disfrutan de una mayor sensación de seguridad, propósito y autoestima. Tener una relación estrecha con Dios les permite afrontar los retos de la vida, como la pérdida y el duelo. Son capaces de superar los errores cometidos porque saben que han sido perdonados.
El cristianismo enseña que los cristianos deben ser una influencia para el bien en el mundo que les rodea. Por ejemplo, deben amarse y valorarse unos a otros e incluso desear lo mejor para las personas que les odian y persiguen; deben ser hospitalarios; deben vivir en paz con los demás; deben anteponer las necesidades de los demás a las suyas propias; deben amar lo que es bueno y odiar lo que es malo. La Biblia enseña que Dios ayuda a los cristianos a hacer todo esto, incluso cuando parece imposible. Y el propósito de la vida va más allá del trato con los demás: la Biblia dice que Dios creó a las personas para gobernar la Tierra, no para explotarla o dañarla, sino para controlarla y ayudarla a florecer.
El libro bíblico Eclesiastés fue escrito por alguien llamado Qohélet, que era increíblemente rico, popular y no le faltaba de nada. Sin embargo, llegó a la conclusión de que gran parte de la vida es vacía y carente de sentido: al final, no hay valor en las posesiones, el intelecto, la riqueza o el poder. Pero el libro termina con un giro. Qohélet, habiendo experimentado lo mejor que el mundo puede ofrecer, termina diciendo que el propósito de la vida es «temer a Dios y guardar sus mandamientos» – en otras palabras, respetar a Dios y seguir sus instrucciones para la vida. Y la única manera de hacerlo es mediante una relación personal a través del don de la salvación que Dios nos ofrece gratuitamente.